Ucrania frena el avance ruso con ataques quirúrgicos y sabotajes estratégicos
Mientras Moscú presume de avances militares en el noreste de Ucrania, Kiev despliega una ofensiva silenciosa de sabotajes y ataques de precisión que golpean el corazón logístico del Kremlin.
A más de tres años del inicio de la invasión rusa a gran escala, el conflicto entre Ucrania y Rusia ha entrado en una nueva fase marcada por la crudeza en el frente y la sofisticación en la retaguardia. Mientras el Ministerio de Defensa ruso anuncia diariamente supuestos avances en territorio ucraniano —con pueblos “liberados”, posiciones “mejoradas” y enemigos “eliminados”—, Ucrania ha optado por una estrategia menos visible, pero más letal: una guerra de sabotajes quirúrgicos y ataques que buscan desestabilizar la maquinaria militar rusa desde adentro.
En los últimos días, las tropas rusas han tomado el control de localidades clave como Andriivka y Vodolagui, consolidando su presencia en Loknya y Márino, y reportando avances en las cercanías de Volchansk, en la región de Kharkiv. Ante esta ofensiva, Kiev ha evacuado once localidades en Sumi, donde denuncia la presencia de más de 50.000 soldados rusos.
Sin embargo, la respuesta ucraniana no se da únicamente en los campos de batalla. El ataque más reciente ocurrió a las 4:44 de la madrugada, cuando una explosión subacuática destruyó parte del puente de Kerch, que une Crimea con el continente ruso. Aunque no se reportaron víctimas, el golpe tuvo una fuerte carga simbólica y estratégica: es la tercera vez que Ucrania ataca esa estructura, inaugurada en 2018 por Vladimir Putin como símbolo del dominio ruso sobre la península ocupada.
“El puente de Crimea es un objetivo absolutamente legítimo”, declaró Vasyl Maliuk, jefe del Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU), quien confirmó que supervisó personalmente la operación.
Dos días antes, Kiev había ejecutado la llamada “Operación Telaraña”, una ofensiva de largo alcance contra bases aéreas rusas situadas a miles de kilómetros del frente, en lugares como Irkutsk (Siberia) y Olenya (cerca del círculo polar ártico). Con drones ocultos en estructuras de madera montadas sobre camiones, Ucrania logró atravesar el espacio aéreo ruso y destruir al menos 40 aeronaves, incluidos bombarderos estratégicos Tu-95 y Tu-22.
La respuesta rusa fue inmediata: una ola de ataques aéreos con 472 drones y siete misiles impactó en diferentes zonas de Ucrania. Uno de los proyectiles alcanzó una unidad de entrenamiento y causó la muerte de doce soldados. Como consecuencia, el comandante de las fuerzas terrestres, Mykhailo Drapatyi, renunció. Kiev reconoció el golpe, pero insistió en que no cambiará su estrategia.
En paralelo, dos puentes ferroviarios fueron saboteados en las regiones rusas de Briansk y Kursk. La caída de un tren de pasajeros dejó un saldo de siete muertos y más de cien heridos. Rusia responsabilizó directamente a Ucrania, mientras que Kiev sugirió que se trató de una operación de “falsa bandera” para justificar nuevas acciones militares y frenar las negociaciones de paz en Estambul.
“Una guerra ferroviaria al estilo de la Segunda Guerra Mundial es propaganda, no estrategia”, sostuvo Andriy Kovalenko, jefe del Centro contra la Desinformación de Ucrania, al advertir sobre la manipulación rusa del discurso bélico para obtener ventaja diplomática.
En ese mismo escenario de tensión, Ucrania ha enviado una delegación a Washington para intentar persuadir al expresidente Donald Trump de endurecer las sanciones contra Rusia. La propuesta más contundente proviene del senador Lindsey Graham, quien plantea imponer aranceles del 500 % a los países que comercien materias primas rusas. La esperanza de Kiev es que presionar económicamente a los aliados de Moscú obligue al Kremlin a flexibilizar sus demandas.
Mientras tanto, las posiciones se endurecen. Ucrania exige un alto el fuego “completo e incondicional”, mientras Rusia exige el cese del apoyo militar occidental, el levantamiento de la ley marcial y la renuncia a los territorios ocupados. “Rusia sigue rechazando incluso la idea misma de parar las matanzas”, escribió Rustem Umérov, jefe de la delegación ucraniana.
Hoy, el conflicto ya no solo se mide en kilómetros ganados o perdidos. Se libra en los cielos, en los puentes, en los cuarteles, en los gabinetes diplomáticos. Rusia pisa con fuerza el suelo ucraniano, pero Ucrania responde desde las sombras, con una precisión que deja claro que la guerra se ha transformado: ya no es solo por territorios, sino por el control del relato, la resistencia simbólica y el desgaste profundo del enemigo.
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